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viernes, abril 29, 2005

Casa de los sueños


Desde la ventana del salón se ve el bosque, y en los días claros a lo lejos se divisa el penal. Asturias tiene una sola cárcel y un tren de paradas que comunica Oviedo con Gijón y que no siempre para en esa cárcel. M. vive casi en el bosque, al pie del penal, en una casa exquisitamente decorada.
Desde el bosque vienen los espíritus y los zorros, pero M. no tiene miedo, para que el zorro no atacara a las gallinas le dejaba todos los días un plato de comida al lado del corral. Dos gruñones solitarios, ninguno se mete en la vida del otro. Por lo menos antes era así, hacía mucho tiempo que no pisaba aquella casa, y aún no he tenido el valor suficiente para ir yo sola. M. conoce demasiados secretos, y tengo miedo de que se cree por casualidad un clima íntimo y de repente le dé por contármelos. Hay cosas que sólo sabe él y es mejor que sea así.
Nos sentamos frente a la ventana. El sol pegaba fuerte, en los ojos. Tenía que cerrar los ojos para resistir el sol, pero no quise que corriera las cortinas. En el sótano sin embargo unas cortinas rojas lo dejaron todo en penumbra. Reconocí al ficus, el mismo que llegó a ocupar todo mi salón y entonces decidió mudarse hasta su casa. Estaba precioso. Se ve que se encontraba tranquilo. Cuando se tiene la conciencia limpia la soledad del bosque da paz a las almas errantes. Sobre la mesa la tetera en la que M. me enseñó a preparar el té. Nunca me pude explicar por qué un ceramista tenía una tetera tan fea, como de señora mayor un poco hortera, con una hiedra como asa. No comprendía que las teteras son como sueños, retazos de realidad fuera del tiempo que se vuelven de pronto algo físico. No se pueden elegir.
Recuerdo cuando tomamos té por primera vez. Yo tenía 15 años y era verano y dije “yo lo preparo”. Cuando M. vio que había arrojado las hojas en el agua hirviendo puso el grito en el cielo. Se enfadó. Tiró aquel mejunje con desprecio y me miró extrañado: -pero ¿cómo? ¿no sabes hacer té? Después empezó a enseñarme y me regaló mi primera tetera. De color mostaza con algo de rojo por el fondo y llena de historia y de costra marrón en su interior. Daba un té delicioso. Dijo que empezara con esa, que ya estaba preparada y que ya me haría otra.
Era pequeña, justo para dos tazas y tenía un olor único y un tacto como de abrazo. Le contaba todos mis secretos. Bueno, no todos, hay secretos que no soy capaz de contar ni siquiera a las teteras, pero ella entonces fisgaba mis papeles y los leía. La verdad, era un poco indiscreta, aunque lo cierto es que yo le dejaba los papeles cerca, como olvidados, para que los leyera sin tener que contárselos. A veces me daba un té amable, dulce, otras áspero, otras demasiado frío y demasiado fuerte, para que reaccionara. Es curioso, tenía más historia lejos de mis manos que dentro de ellas, pero yo la sentía tan mía, tan íntimamente mía...
Un día alguien rompió la tapa. “Tranquila”, me dijeron, “M. te hará otra”. Como si las teteras fueran sustituibles. Me quedé con sus ruinas un tiempo más, sólo para enseñar a las visitas. A la gente le gusta visitar las ruinas y comprobar que el té no sabía igual cuando lo hacíamos entre ella y yo. A dos voces.
Por fin un día la tiré a la basura. Papá siempre decía que no se deben guardar las cosas rotas. Pero da tanta pena, cuando sabemos que algo es único renunciar de repente. No siempre le hago caso, sé que tiene razón, pero es difícil deshacerse de las cosas, aunque estén rotas.
M. sabe de sobra que las cosas se rompen, que lo hermoso no dura para siempre y menos aún la cerámica. Está acostumbrado a pasarse horas en el taller y luego perder una pieza en cuestión de segundos. Además de enseñarme a preparar el té me enseñó esto otro: ni siquiera los objetos duran para siempre. Sería horrible si lo hicieron, no podemos amar cosas eternas.
Esta vez me preparó té de los monjes y charlamos de los mismos temas sin resolver que yo les escuchaba de pequeña. Siempre callejones sin salida y un poco de impotencia que sólo él sabe transformar en serenidad, porque sabe dar vueltas en el torno a una masa informe y que resulte algo nuevo y hermoso. Me enseñó la última pieza. La de ella. El último homenaje que se le rompió sin razón alguna en el momento de meterla a cocer. “No sé por qué rompió. Tiene el grosor adecuado, no lo entiendo. Debería tirarla. Sí. Debería tirarla”, pero ni siquiera M. puede siempre tirar las cosas rotas.

Al despedirme le dije “y mi teter...” antes de acabar la palabra M. me hizo callar, me llenó de promesas, dijo que en cuanto acabara el curso, que antes del verano o que antes de unos meses. En realidad no me importa no creerle. Las teteras, como los corazones, hay que reunirlas poco a poco para tenerlas juntas en el momento necesario. Y mi tetera estará lista en el momento necesario, y me beberé en cada taza los secretos que sólo M. conoce y seré capaz de contárselo todo, sin tener que recurrir a la cobardía de los papeles olvidados sobre la mesa. Y algún día quizá también ella se rompa y dejará caer todos nuestros secretos -los suyos y los míos- gota a gota.

lunes, abril 25, 2005

Se puede vivir sin cuchillos, sin brazos, sin piernas, sin usted.


Ella tenía los pies al borde de aquel puente, se miraba los pies y el agua del río pensando que estaba fría, sintiendo ya el frío desde la barandilla. En los puentes como en los aviones siempre se siente ese frío de agua. Pero no estaba rota, por dentro todavía estaba entera, a pesar de la infinita tristeza y él decidió que era mejor salvarla que morir y era mejor lanzarle cuchillos que hacerle el amor, que era más tierno, más real. No. Ella no estaba rota, no estaba llena de cicatrices por dentro y hubiera podido vivir sin él, aunque fuera dando tumbos y arrastrando la tristeza y recorriendo los puentes y los cuerpos, porque no tenía cicatrices, nada más que un par de rasguños en su piel entera. Y miraba sus pies y pensaba y se lanzó para demostrar algo, pero no estaba rota, así que flotó sobre el agua. Las personas que no tienen agujeros siempre flotan, es lo bueno que tienen los cuerpos.

SÓLO CENIZAS

Es un bote bastante grande, verde, herméticamente cerrado, resistente al fuego y al agua, con una funda azul con cremallera. Pero no sé dónde lo metí. En esta casa se pierden las cosas más insólitas: una batidora, un vestido, una bolsa de sal gorda, un bote de cenizas. Mi abuela sin embargo en su altarcito en medio del pasillo, en esa casa que no había perdido ni una sola de las figuritas de porcelana desde que la dejé hace ocho años. Su altar y su foto y un par de rosas frescas y un cirio rojo al que es imposible acostumbrarse, sobre todo al ir al baño por la noche. Ya se han tirado al mar, en la playa que lleva su nombre: Candelaria y que está custodiada por todos los príncipes guanches. Sin embargo el altar persiste, un pequeño mausoleo en la mesa camilla del pasillo, a cuatro pasos del cuarto de baño, con cirios, foto y rosas.
Las cenizas tendrían que llevar un nombre, en letras doradas sobre mármol blanco, como se hacía antes, pero hubo quien consideró que no era buena idea, que una hija no se podía morir antes que su madre y Carmen no se debe escribir antes que Argentina. Argentina que es nombre de abuela, como el país, o como la luna en manos modernistas. Tan brillante su nombre como sus ojos, con mi mismo color extraño e indefinible y su sentido amargo del humor como el mío también y su crueldad como la mía. Y un nombre que es mi sueño. Argentina. Es un buen nombre para letras doradas. Pero aquí unas cenizas oscuras sin lugar en un bote que no brilla bajo una cremallera y perdido en alguna caja, porque mi casa siempre estuvo llena de cajas como otras casas llenas de figuritas de porcelana. Cenizas sin nombre, sólo cenizas.

viernes, abril 22, 2005

La verdad

¿Qué ocurrirá cuando descubran la verdad? Cuando lo comprendan todo, cuando al fin se cuenta de que no soy tan guapa como creen y ni siquiera tengo tanto talento, ni encanto, ni mundo, ni siquiera soy brillante, y cómo reaccionarán ellos cuando conozcan toda la verdad, y sepan que no escribo tan bien ni tengo tan buen gusto (no, tampoco con los libros), y no sé tantas cosas. Qué decepción tan grande la de aquellos, pobres chicos, los que estuvieron dormidos en mi cama, cuando alguien sin demasiado tacto les confiese por fin que no soy buena amante, ni ardorosa ni tierna, que no soy ni dulce ni comprensiva como la que les hizo felices tantas veces ¿os imagináis? Qué drama más inútil. Hasta cuando podré seguir fingiendo que se puede, se debe confiar en mí, que soy valiente.

miércoles, abril 20, 2005

Una palabra

Me hubiera gustado rebatirle. Decirle: no, mira, estás equivocado y detrás elaborar una teoría propia, una frase brillante o algo por el estilo que demostrara mi extenso conocimiento sobre el tema. Pero me paré a pensar cuando empecé a dar los primeros pasos, con la rabia dentro del cuerpo y las manos apoyadas en la mesa o en el marco de la puerta desangrando el suelo, cuando no podía escuchar a nadie y me pasaba horas encerrada en el sofá y sabía que algo no funcionaba pero no podía decir de qué se trataba y entonces quise aprender a bailarlo paso a paso, un baile endemoniado.
Luego pensé un poco en aquél curso de baile, cuando ya todos los platos estaban rotos, y por romperse se había roto hasta el silencio que cuidaba de nuestra convivencia. Todo el mundo sabía que habíamos roto también nosotros, menos en aquel curso. Tuvimos que mentir para que nos aceptaran a la misma hora. Nunca me gustó bailar con él, ni a él bailar conmigo. Le corregía todo el rato, por una vez era yo la que le corregía, y es bastante impertinente corregir a quien baila contigo.
Por último vinieron a mi mente dos bodas. Las dos de dos hermanos y en las dos llevaba un vestido precioso, unos tacones altos y en las dos me sentí terriblemente incómoda. También en las dos acabé bailando. En la primera un profesor de baile me hizo entrar en su cuerpo de una forma casi obscena. En la segunda nos juntamos cuatro viejos nostálgicos a cantar y bailar y romper aquella estética tan cuidadosamente preparada a base de una mala imitación del Polaco.
Así que bajé la cabeza, acepté mi derrota, y respondí un simple “sí” a su pregunta “El tango, esa música amarga... ¿es un resentimiento que se baila?”

domingo, abril 17, 2005

LUZ


luz Posted by Hello
Luz tan hermosa como su propio nombre. Luz tan cegadora como su propio nombre. Luz dañina si la mirabas cara a cara. Luz que necesitaba luz para vivir y Asturias es un lugar sin luz y casi sin cielo, así que cada vez que venía se apagaba un poco. Luz que renunció a príncipes y nobles por el amor de un sabio, pero traspasada por su propia hermosura que resultaba tan difícil vivir. Con los ojos como cuchillos hirientes, penetrantes, únicos.
Luz extraña, codiciada, que renunció a todo para cuidar de su familia, pero siendo tan bella no se puede renunciar a nada sin volverse loca. Así que se volvió loca y acabó destruida por su propia belleza o tal vez por su propia renuncia. Un día fue a buscar la luz de un septiembre, porque es tan bella la luz de septiembre, justo cuando los niños comienzan a ir a clase y se reunió con la luz más allá de la ventana, traspasando la ventana.
Yo la conocí un día. Estaba en la bañera con mi hermana y Luz derramó un bote de sales de baño sobre nosotras diciendo: estas sales son para uniros, a partir de ahora cada vez que una de vosotras sienta algo también lo sentirá la otra. En aquel momento me pareció un juego de niñas, hoy no sé cómo librarme de la única maldición que derramaron sobre mí.

Lucía tiene algo de su belleza turbadora. No conoció a su abuela y sin embargo tiene el mismo poder azul en sus ojos inmensos. Te mira y te obliga a cumplir sus absurdos deseos. A veces es cruel por ser hermosa, otras es cruel sin razón alguna. Sin embargo no le tengo miedo. Es difícil que me lleve bien con los niños pequeños. Nunca me peleo con las demás mujeres por cogerlos en brazos y alguien me dijo una vez con una sonrisa amplia, tibia y brillante aunque también con un poco de dolor que no me consideraba buena madre. Pero cuando se llevaron a la mamá de Lucía ella se abrazaba a mi y quería que durmiese con ella porque no podía dormir y me pedía “a de os pinos, a de os pinos” eran tres alpinos badubi badubi que venían de la guerra badubi badubi o “e baquito quichitito” que no podía que no podía que no podía navegar. Me pasaba las tardes cantándole, abrazándola y cantándole y le perdonaba sus ojos manipuladores y ella me perdonaba mi poca soltura con los niños pequeños.
La abrazo para nadie pueda apoderarse de ella, porque las personas a veces son codiciosas con las cosas que brillan y desean poseerlas y lucirlas como se lucen los pendientes hermosos. Riño con ella para demostrarle que su hermosura no me da miedo, aunque no sea del todo cierto. Le canto para alejar el miedo poco a poco, para llevarla a un lugar donde ser bella no sea peligroso. O bello alpino badubi badubi regálame esas flores badubi badubi...

viernes, abril 15, 2005

Persienne persienne persienne

Un ruido estruendoso y de repente el salón quedó sepultado en la oscuridad más profunda. La persiana se había roto. Sólo me queda una persiana funcionando correctamente, de las otras una no existe, otra no se puede bajar y esta no se podría subir. Condenada a la oscuridad.
Me subí a la escalera sin peldaños, sujeté la tapa con la cabeza e intenté levantarla con todas mis fuerzas, volverla a su sitio, recuperar la luz. Inútil, me sentí pequeñita y débil y volví a echar de menos poder llamar a un hombre cualquiera para que viniese a hacer el trabajo sucio. Ya no me quedaba ninguno, al final te das cuenta de que no compensa que te arreglen las persianas. El precio a pagar suele ser demasiado alto. Sin embargo con mis dedos metidos debajo de esa mole sólo quería una voz grave diciendo "Deja, ya lo hago yo. No te preocupes".

Hoy me desperté despejada. Tarde, pero despejada. Los pulmones ya casi están limpios y mi salón azul vuelve a estar inundado de luz. Una luz fría, reticente, una luz que me costó martillazos y palanca con una tabla de madera, una luz conquistada gota a gota, una luz al fin merecida.

jueves, abril 14, 2005

Fiebre

Por la tarde escalofríos, en cuanto llegué a casa como si mi cuerpo no se pudiera acostumbrar de golpe al cambio de vida, como si tuviera que reajustarse, expulsar todo de una forma viscosa antes de aceptar nada nuevo. Toda la noche ardiendo y por la mañana el teléfono estaba tan lejos a pesar de que podía tocarlo con los dedos. Realicé las llamadas estrictamente necesarias.

Cuando sonó el timbre no me lo podía creer. A estas horas sólo podía ser el cartero, así que hice de tripas corazón, me puse los pantalones y salí a recibirlo. Creo que en realidad lo soñé, no recuerdo nada más que un paquete dorado. Sibisse? Sí Sí Soy yo, pero no era yo, era un cuerpo revuelto por el sueño.
Estos días tengo miedo al buzón. El lunes me llamó por teléfono y dijo: Te he escrito una carta, en cuanto vaya a Santa Cruz te la envío. 25 años sin cartas de papá y ahora tanto miedo. Pero no, era un paquete dorado, brillante, con una cajita dorada en su interior y una flor y una sonrisa y un par de dosis de té blanco. Mi cuerpo tardó en acostumbrarse a su realidad, a admitir que no era un delirio provocado por la fiebre, sino té blanco de verdad, en una cajita dorada con dos años de garantía y un cierre absolutamente perfecto para que no se derramara como se derramó la arena.

Cuando cerré los ojos volví a soñar con la cajita, y con el té blanco y con su mano llevando su mano por todos los lugares de mi infancia, por el muellito y Colloto y luego el té blanco con un montón de peines dentro. Y por fin la realidad de nuevo pero el té seguí ahí, intacto. Había sido un sueño y un delirio, pero algo hizo que se volviera real.

Esta tarde casi no tendré voz, pero saborearé el té como si nunca en mi vida hubiera probado un té. Virgen de tés. Virgen de realidad.

miércoles, abril 13, 2005

Juegos de niños

Sólo de niña, porque luego está prohibido. No sería lógico y da miedo hasta tirarse por la ladera verde rodar y rodar y rodar y marearse y perder el control. Pero de niña era tan divertido perder la consciencia por un momento... sólo unos segundos.
Cuando el héroe todavía era heroe y segaba con su guadaña el prado me subía a la carretilla llena de hierba verde. Sabía que lo más probable era que no aguantara la bajada hasta casa y me cayera. De hecho cuando no me caía resultaba un poco decepcionante. Rodaba desde lo alto de la carretilla y se me nublaba la vista y despertaba como de un lugar lejano y siempre nuevo.

Luego ya no me tiraba desde carretillas en marcha, pero descubrí muchas cosas en aquel lugar absurdo de Guadalajara. Descubrí mi crueldad, descubrí mi miedo, y descubrí que había otro modo de volver a aquel lugar. Lo llamaban "hipnotizar" y consistía en ponerte en cuclillas, agachar la cabeza, contar hasta 30 y luego subir de golpe. Entonces el hipnotizador pinzaba tu yugular con el pulgar y el índice hasta que te caías al suelo.

Después de eso nunca más me desmayé. Cuando te haces mayor hay juegos que parecen peligrosos.

jueves, abril 07, 2005

Un poco de Sol

No sé por qué la llamé. Era absurdo. No tenemos demasiada confianza y en dos años sólo nos hemos visto dos veces en dos salas distintas del Tanatorio de Cabueñes. Las dos veces su abrazo fue de los pocos que me mantuvieron en pie. Es difícil estar de pie en esas salas donde por primera vez comprendí la expresión "la ropa de repente se le quedó grande, como si le colgara" de las novelas. Sólo ciertos abrazos te pueden salvar de caerte de tu ropa.
Le extrañó mi llamada, pero se alegró de verme. Sonreía. Tenía una sonrisa como de niña pequeña. Nunca la había visto tan feliz. Luego me dijo que ahora comprendía todo, que en esa semana había cambiado su forma de vivir, de actuar, de sentir, me miraba y me lo explicaba y decía que cómo demonios lo había adivinado, que por qué la había llamado en ese preciso instante.
Ella ya no juzga ni sentencia, ya no se siente culpable por sus propios sentimientos. Yo aún lo hago, pero me sentía tan bien, fue como un día de esos de invierno en los que luce el sol y de repente se te olvida que hace frío. Empezaron a brotar niños a nuestro alrededor, como si los hubiera hecho crecer con su sonrisa.
A las 7 tenía que irse a un funeral, pero antes me dio un abrazo, un abrazo de esos que te devuelven al mundo.

martes, abril 05, 2005

Ficciones


Vemos Gato Negro Gato Blanco y robamos un juego de sillones y mesa de mimbre de la basura para el salón.

Vemos Olvídate de mí y yo me tiño el pelo de azul y tú te estás planteando cómo le quedaría el naranja a tu melena rubia.

No sé si es bueno o malo, pero es tremendamente divertido. Como sacar las espadas después de una de romanos o gritar AL ABORDAJE después de una de piratas.