Image hosted by Photobucket.com

jueves, julio 28, 2005

Shop Street



Puedes recorrer sin parar la misma calle sin vivir nunca la misma escena, sin escuchar jamas musica identica, sin estar dos veces en el mismo lugar.
Shop Street es un rio9 de mimos, musicos, vendedores y artesanos, terrazas y Guinnes y Bulmers doradas como champagne y ahora sombreros y tocados y flores en el pelo.
Performances, bailes, tambores que vienen desde algun lugar calido porque la calidez tambien es posible en Galway.
Ningun artista es lo suficientemente malo ni lo bastante bueno para acutar en Shop Street. Ninguno demasiado viejo ni lo bastante joven. Ningun extranjero demasiado extranno, y yo tampoco muy extranna y consciente de que tampoco soy la misma cada vez que recorro esa calle. Aire renovado, transformacion constante.

(Escribire pronto, con un poco de suerte la semana que viene no tendre que pagar por escribir)

viernes, julio 22, 2005

Deck Spanish Playing Cards

Ese era mi tesoro, tan raro de encontrar en esta tierra. Alguien queria ensennar a juar al mus, asi que puso un cartel por fuera de la biblioteca. Dos pintas de guinness por una baraja. Primer trueque insolito, segunda guiness, primeras sonrisas amigas. Perdiendo a mi rey de oros quiza haya conseguido dejar algo atras, algo que pesaba. Sin cartas mucho mas ligera. Dificil, bastante dificil todo esto, pero mas ligera. Kawabata duro menos de lo que esperaba, lo necesitaba tanto que me lo bebi casi de golpe. Lo bueno de los libros es que te los puedes beber una y otra vez, cuando tengas sed. Las cartas tambien eran capaces de aplacar la sed momentaneamente.

Ahora me sentare a escuchar el rio. Dicen aca que si te sientas a escuchar el rio obtendras una trucha.

miércoles, julio 20, 2005

Exceso de equipaje

Unas letras sin acento. Apenas unas letras y las maletas demasiado llenas. Justo lo que necesitaba o lo que creia que era necesario para no perderme del todo sin darme cuenta de que necesito perder cosas, dejarlas, abandonarlas, tirarlas, machacarlas, quedarme tan solo con la mochila negra, esa en la que guardaba mis patines, y que es suficiente. Mas que suficiente.

El negro de los cuervos resalte sobre el verde tan verde que hiere. El ciel tiene luz siempre a pesar del gris de las nubes. Llueve y sin embargo hay luz, siempre luz y musica, en cada esquina, muchisima musica, una melodia no se si del viento o de labios pelirrojos. Trabajo nada. Sigo extorsionando a cualquiera que se deja en nombre del carigno. Esto es lo que pasa por jugar a ser independiente con exceso de equipaje.

lunes, julio 11, 2005

Descubrimiento




André Breton: Ya sabemos lo que es una cabeza

Giacometti: ¡Yo no, yo no lo sé!

sábado, julio 09, 2005

Jim



Lo único que tenían en común. Lo único que los dos amaban realmente. No compartían nada más, ni una idea política, ni un gusto literario, ni los amigos, ni una película, ni siquiera una canción. Sólo Jim Thompson. Jim sí, Jim es rotundo y a él quizá le gustaba la narración de las escenas sórdidas, la sangre, los navajazos, la crueldad, la tortura y el incesto –sobre todo el incesto– y a ella esa precisión de cirujano y su plena comprensión del odio, del asesino dentro de nosotros.
No sé si se querían o es que no podían vivir el uno sin el otro, como Carol y Doc, pero al final del todo, cuando ya no confiaban y se había destruido todo el respeto y luchaban por destruirse el uno al otro. Tantos kilómetros en el mismo coche, sin opción de ir a ningún otro lado y a ella que le gustaba tanto el cine francés porque había sido feliz en París y a él La balada de Narayama que vio una y otra y otra y otra vez quizá porque nunca había sido feliz y le hubiera gustado romper los dientes de la mujer que le rompió los suyos.
Empecé a leerlo por eso, porque era su único vínculo, lo que los mantenía unidos, aunque fuera algo cruel, y yo quería que siguieran unidos, aunque se hicieran daño y empecé a tatuarme el daño en cada novela para poder convivir con asesinos y sobrevivir. Sobrevivir siempre, como Red y no escapar de mí misma, saber que no podía. Jim me contó todos los secretos que necesitaba saber y que ellos no me dijeron, quizá para que no sufriera, quizá sólo para intentar mantenerse unidos pese a todo. Engañando a los demás luego es más fácil engañarse a sí mismo.
Cuando él se fue dejó botellas vacías, polvo blanco sobre la mesa del ordenador y miles de papeles escritos por las dos caras. Pero se llevó a Jim Thompson. Toda la colección, todos los libros que yo había ido reuniendo cuidadosamente. Sé que los necesitaba, pero ¡Maldita sea! yo también, yo también necesito a Jim y no me quedaba nada.

No me devolvió ni un solo libro. Yo tampoco los recogí cuando estuve cerca. Pero me lo mandó a él, a Jim Thompson, en persona, aunque no sé por qué me pareció ver sus ojos en el cuadro, pero ya sin miedo. Sus ojos que me miran desde los de Jim diciéndome que no tiene miedo, que nadie le ha roto los dientes y que puedo confiar en él. Es fuerte y no tiene miedo, desde los ojos de Jim ya no tiene miedo, no huye de sí mismo. No tiene miedo. Puedo confiar. No tiene miedo.

jueves, julio 07, 2005

El artista del arte

Todo era un arte, desde el más pequeño de los detalles cotidianos hasta el acto más grandioso. Igual era amor desmedido, amor que se bastaba a sí mismo y por eso era tan difícil compartirlo o tan solo un miedo atroz a la vulgaridad. No soportaba las cosas vulgares, ni siquiera las grandes cosas vulgares, y la segunda noche ya colocó mi cuerpo como mandaba Rodin y en la tercera ya le había puesto una canción a mis gestos, y en la cuarta o la quinta ya interpretábamos los planetas de Holst enredados en el sofá y luego me fue enseñando frase a frase a Horacio Oliveira como si fuese él mismo, y sólo más tarde descubrí con horror de dónde venían esas frases a medio susurrar entre las sábanas.
El arte de fregar los platos, el arte de planchar, la película de El Arte de Morir, que me explicó plano a plano, y el arte de hacer flores de papel que me fue enseñando porque yo al principio era buena alumna. El arte de enseñar a los niños la teoría de la relatividad. El arte del amor y de la guerra, el arte de los carboncillos y los pasteles porque nunca se atrevió con los óleos o el arte de tocar el bajo, o los teclado, o la batería o incluso la guitarra pero nunca el contrabajo, porque nunca llegaría a tocar como su padre y hacía que tocaba con la guitarra, como si la guitarra fuese un contrabajo de juguete.
El arte de copiar el arte y el cuadro del que me tuve que deshacer porque sangraba en la cabecera de mi cama y me llenaba la boca de un sabor metálico y salado.
Entré en ese mundo por la puerta grande. Yo, que siempre había querido ser una musa. Yo que había garabateado en un papel “nací para ser amada y me tocó ser amante” porque quería flores, y pinturas y música y versos dedicados a mí y quería inspirar a fotógrafos, a artistas y no tener que aprender a crear yo misma, a escribir, a cantar, a dibujar, a encuadrar, a buscar mis propias musas y enfrentarme a ellas, pelearme con ellas. Yo, que no quería ser de carne y hueso de pronto estaba exactamente en el lugar que había anhelado, era parte de un cuadro, de una melodía, era una creación a medio hacer, exquisita, magnífica. Yo, que me fui resbalando, escurriendo, avergonzando, dándome cuenta de que era vulgar y con tanto miedo a que no me soportara, a no ser tan digna como Klimt o Joyce o Miles Davis.

Con todo, nos amamos, a nuestra manera, pero era un amor que no nos necesitaba para existir, que le estorbábamos, que nos tenía asco.

Pétalos

La dejé a mis pies, porque ahí la pusiste, a mis pies. Estonia o el azul, no importa, los dos apoyados en el espejo añil, a juego con la postal que llegaría luego, necesitando de ella. El espejo cogido de la basura, junto a casa de la madrastra, el mismo espejo que me recuerda que ya tengo que empezar a tener cuidado a la hora de morder manzanas y que no quiero colgar, me gusta así, a los pies de mi cama y a mis pies, reflejando mis pies cuando me calzo o cuando me desnudo y no sólo verme desnuda en la bañera que elimina todos los bordes y suaviza la piel. Desnuda de cintura para abajo, ridícula, con un país azul entre mis pantorrillas y una luz muy fuerte de flexo enfocándome como en un interrogatorio.
Las postales son flores que brotan en cada herida como antes, como mamá que nos dibujaba pétalos en las heridas con mercromina y las transformaba en margaritas y así nunca quemaban.
Sólo que una vez la herida fue demasiado grande y no pudo convertirla en flor, así que la utilicé para aprender a distinguir la izquierda, a saber que la izquierda era el lado de la herida inmensa, de la mancha de mercromina amorfa, y desde entonces he tenido una herida en el lado izquierdo.
Miro mis piernas en el añil, donde la izquierda pasa a ser la derecha y ya no necesito mercromina para distinguir algo inaudito, pero sigo necesitando pétalos o postales para que las heridas se transformen en flores.

sábado, julio 02, 2005

Otra luz



Era un milagro. Verla dibujar cuando yo ya había dejado de creer en los milagros. Apenas hablaba, se sentaba calladita y cogía un boli y de repente empezaban a brotar cosas desde algún lugar que no podía ser su mano, que ni siquiera podía ser ella del todo. Conocía un lenguaje secreto y sólo ella fue capaz de verlo, de descubrir que las Torres Gemelas en llamas tenían que aparecer justo detrás del portal de belén y la Virgen María tenía que llevar un burka y San José un turbante como Bin Laden. Los demás no nos habíamos dado cuenta.

Quizá nadie sabe dónde ha nacido. Yo sí lo sé. Demasiado bien. Asistí a las discusiones, a los accidentes de coche, asistí a su luz en el lugar más oscuro y más triste de este mundo, asistí a su bondad entre los seres más mezquinos que conozco, asistí a los chantajes, a los imperativos, a las órdenes, a esa forma que tiene él de hacer comer a las niñas para que crezcan sanas y a esa forma que tiene ella de lograr que “papá” no se enfade. Y no sé si entenderán por qué dibuja ahora seres tan oscuros, tan llenos de heridas que sangran todavía, hermosos pese a todo.

Dice que no se atreve a dibujar, que le falla la inspiración, que está en crisis. Me reiría si no fuera porque nunca me río de los maestros, aunque tengan doce años. Menos aún si tienen doce años. Me reiría si no fuera porque sé que va a ser difícil y que a veces es necesario no atreverse, o tener miedo. Por fin tener miedo.

viernes, julio 01, 2005

Esperma



Después de todo, también amaso esperma con mis manos, hasta que quedan blandas, muy blandas, hasta que son capaces de acabar con esa barrera de soledad que nos rodea a las personas solas y que es como una señal de STOP –a ti que siempre te gustaron las señales de tráfico porque era necesario descifrarlas– que no deja a nadie con dos dedos de frente acercarse demasiado.
Porque a veces para amar al mundo es preciso haber estado solo, haber pisado mil mesas de café y haber sido invitada a las habitaciones privadas, en las que una nunca se termina de sentir desnuda. Y después estar sola, recitando monólogos con voz grave. Y más tarde encapricharse con la caza de una ballena blanca y abandonarlo todo, incluso la soledad de farero tan alto, tan necesario y meter tus manos blancas en los toneles, hasta que soy capaz de tocar las manos idénticas y apretarlas para que se deshagan como esperma y sentirlas tan suaves.