Image hosted by Photobucket.com

jueves, abril 14, 2005

Fiebre

Por la tarde escalofríos, en cuanto llegué a casa como si mi cuerpo no se pudiera acostumbrar de golpe al cambio de vida, como si tuviera que reajustarse, expulsar todo de una forma viscosa antes de aceptar nada nuevo. Toda la noche ardiendo y por la mañana el teléfono estaba tan lejos a pesar de que podía tocarlo con los dedos. Realicé las llamadas estrictamente necesarias.

Cuando sonó el timbre no me lo podía creer. A estas horas sólo podía ser el cartero, así que hice de tripas corazón, me puse los pantalones y salí a recibirlo. Creo que en realidad lo soñé, no recuerdo nada más que un paquete dorado. Sibisse? Sí Sí Soy yo, pero no era yo, era un cuerpo revuelto por el sueño.
Estos días tengo miedo al buzón. El lunes me llamó por teléfono y dijo: Te he escrito una carta, en cuanto vaya a Santa Cruz te la envío. 25 años sin cartas de papá y ahora tanto miedo. Pero no, era un paquete dorado, brillante, con una cajita dorada en su interior y una flor y una sonrisa y un par de dosis de té blanco. Mi cuerpo tardó en acostumbrarse a su realidad, a admitir que no era un delirio provocado por la fiebre, sino té blanco de verdad, en una cajita dorada con dos años de garantía y un cierre absolutamente perfecto para que no se derramara como se derramó la arena.

Cuando cerré los ojos volví a soñar con la cajita, y con el té blanco y con su mano llevando su mano por todos los lugares de mi infancia, por el muellito y Colloto y luego el té blanco con un montón de peines dentro. Y por fin la realidad de nuevo pero el té seguí ahí, intacto. Había sido un sueño y un delirio, pero algo hizo que se volviera real.

Esta tarde casi no tendré voz, pero saborearé el té como si nunca en mi vida hubiera probado un té. Virgen de tés. Virgen de realidad.