Una palabra
Me hubiera gustado rebatirle. Decirle: no, mira, estás equivocado y detrás elaborar una teoría propia, una frase brillante o algo por el estilo que demostrara mi extenso conocimiento sobre el tema. Pero me paré a pensar cuando empecé a dar los primeros pasos, con la rabia dentro del cuerpo y las manos apoyadas en la mesa o en el marco de la puerta desangrando el suelo, cuando no podía escuchar a nadie y me pasaba horas encerrada en el sofá y sabía que algo no funcionaba pero no podía decir de qué se trataba y entonces quise aprender a bailarlo paso a paso, un baile endemoniado.Luego pensé un poco en aquél curso de baile, cuando ya todos los platos estaban rotos, y por romperse se había roto hasta el silencio que cuidaba de nuestra convivencia. Todo el mundo sabía que habíamos roto también nosotros, menos en aquel curso. Tuvimos que mentir para que nos aceptaran a la misma hora. Nunca me gustó bailar con él, ni a él bailar conmigo. Le corregía todo el rato, por una vez era yo la que le corregía, y es bastante impertinente corregir a quien baila contigo.
Por último vinieron a mi mente dos bodas. Las dos de dos hermanos y en las dos llevaba un vestido precioso, unos tacones altos y en las dos me sentí terriblemente incómoda. También en las dos acabé bailando. En la primera un profesor de baile me hizo entrar en su cuerpo de una forma casi obscena. En la segunda nos juntamos cuatro viejos nostálgicos a cantar y bailar y romper aquella estética tan cuidadosamente preparada a base de una mala imitación del Polaco.
Así que bajé la cabeza, acepté mi derrota, y respondí un simple “sí” a su pregunta “El tango, esa música amarga... ¿es un resentimiento que se baila?”
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