Actos Inexplicables
Escucho a
Nacho Vegas “el colchón que tuvimos que bajar Javi y yo a la basura”, Javi con su cara de perro bueno reclamando un poco de atención y admirando desmedidamente a su hermano queriendo ser como su hermano siempre y siempre que lo encontraba por la calle era como si me abrazara, aunque nunca me abrazó y era como si yo lo acariciara y le dijera que todo estaba bien, que no tenía que ser como su hermano, aunque nunca se lo dije y ahora ya no es un perro bueno y ya casi es como su hermano Nacho dejando que la Duermevela penetre en su carne, y también saca discos, pero se hace llamar Xabel y llena sus discos de alfileres, y qué fue de su mirada pura, porque me hacía tanta gracia que se declarara “nihilista” con esa sonrisa. Ahora ya no me pregunta qué opino de Fonollosa, no me cuenta lo lindo que es Moscú orgulloso de Moscú y siempre de su hermano pero nunca me habló de su hermano. Sólo de Leonard Cohen y Moscú y Fonollosa, y me cuesta mirarle francamente en el Cool, donde hasta los perros llevan gafas de pasta, pero ahora yo misma escucho a Nacho “volverás cuando estés limpia y yo no te haga falta gritaré lleno de orgullo tu nombre en el andén”. ¿Olvidarás quién deseas ser por un momento para brindar conmigo? Supongo que no, porque a pesar de todo sé quién eres y te molestaría recordar el día en que te llevé Nebraska no sirve para nada a clase y me respondías ¿cómo demonios se puede ser poeta llamándose “David González”? y luego tan amigo de tu hermano Nacho. David y Nacho. Y ahora tú Xabel, pero es tan difícil conquistar un nombre y a mí me va llevando veinticinco años conseguirlo y aún no del todo. Un día gritaré tu nombre llena de orgullo, porque ahora, la verdad, me da un poco de vergüenza.
Algo huele a podrido
Anuncios de ambientadores. Por todas partes. Ahora incluso más que los productos de limpieza. ¿Qué ocurre? ¿Qué olores nauseabundos pretendemos tapar? ¿Qué es lo que no queremos oler? Llene su hogar de exquisitas fragancias. Ni siquiera a la caca de los niños le está permitido oler mal, o quizá es que realmente olemos tan mal que es necesario disimularlo.
Me gusta aspirar mi olor cuando la regla, igual cuando fabriquen un ambientador "olor de regla" me lo pienso y empiezo a llenar mi casa de enchufes fragantes.
Viajera
Tu mano que es real porque me tiene, porque vive en mi cuello. Tu mano que me lleva siempre escrita. Viajo oculta en tu mano, para pasar desapercibida y que nadie averigüe que soy un ser único. Así tampoco nadie se dará cuenta de que tu mano existe, y que me cuida y que me da de beber. Aunque tú no lo sepas tenemos nuestros secretos, tu mano y yo. No intentes escucharlos, porque hemos aprendido a hablar un lenguaje indescifrable.
C'est le temps de l'amour
En la calle Campo de Amor número 9 el jardín se ha cerrado. El Ángel que cuidaba de él pasa su primera primavera lejos de la tierra y yo paseo con la certeza de que ya no soy la dueña de las flores. Es una certeza triste. Hubo un tiempo en que los jarrones de casa se me quedaban pequeños y no faltaba un ramo en cada mesa. Hoy las veo brotar, pero ya no son mías, ni las madreselvas, ni las calas, ni siquiera las rosas. Las perdí sin darme cuenta, como se acaba perdiendo todo. Si una se hace consciente ya deja de tratarse de una pérdida, pasa a ser una despedida, y en las despedidas hay algo que siempre permanece.
A ella le gustaba cortar las rosas más brillantes, las rosas casi negras aterciopeladas para depositarlas en mis manos. Me decía que “pegaban conmigo”. Yo medio dormida, con el pelo recogido, desaliñada, y pocas veces en mi vida me he sentido tan hermosa, porque ella cortaba sus mejores rosas y las calas más suaves y tenía que buscar una bolsa blanca porque consideraba un sacrilegio estropear nuestra belleza con una bolsa de Alimerka y yo fingía un poco, como si sintiera que su jardín se quedara sin las flores más bellas, pero pronto sonreía y le daba las gracias. Cuando ponía el ramo entre mis manos se quedaba unos segundos contemplándonos, a las flores y a mí, como quien acaba de depositar una ofrenda en manos de la Virgen, con los ojos llenos de fe, porque ella siempre tuvo fe y era tan buena que sólo los que la conocíamos muy bien llegábamos a creernos su bondad.
A veces hablábamos por teléfono y decía “ya verás cuando vengas, ya empiezo a tener rosas”, como si se hubiera dedicado a hacerlas crecer para mi. Nunca cuidó de su jardín, como nunca fue capaz de cocinar, pero las rosas y las calas no necesitan cuidados para brotar, y no importaba que los gatos utilizaran su casa para cruzar al otro lado y asustaran a Flay, un setter un poco bobalicón, pero tan tierno... Nos engañamos creyendo que aún era posible vivir en otra edad, fascinadas por Kafka y por las películas de Cocteau y por el tapiz de la Dama del Unicornio y por la palabra églantine y el árbol de églantine frente a la puerta verde y considerábamos que lo más triste de este mundo era que la madreselva se comiera las paredes, porque el jardín estaba vacío sin el olor de las madreselvas. Y yo me dediqué a buscar un perfume que oliera a madreselva para ella, pero es imposible. Ella sí consiguió regalarme la inmensidad en trocitos de nuestra piedra favorita, pierre d'azur, o lapislázuli, porque "azur" en francés es el color de la inmensidad, del horizonte del cielo y del mar y del lapislázuli y las princesas. En aquellos momentos yo era un poco estúpida, y pensaba que no se podía morir sin leer El Ulises, porque era mi heroína y yo esperaba todo de mi heroína y no entendía que no se puede ser heroína y comprender tan íntimamente a Kafka, sólo los seres humanos pueden hacerlo. Pero murió sin acabar el Ulises, como mamá murió sin recuperar El tiempo perdido de Proust y sin recuperar su propio tiempo que regaló a los demás ella intentando siempre ser tan buena.
Mi Ángel me decía que a veces... bueno... ella... también tenía malos pensamientos. Pero yo me empeñaba en no creerla, porque no quería romper esa pureza. Cuando volvía a casa apenas se me veía la cara entre tantas flores, y daba saltos y me sentía casi como un ser de la primavera, divina y envidiada. Me pasaba el día acariciando la piel de las calas y besando los labios de las rosas, cuando aún no necesitaba besar labios humanos... o quizá lo necesitaba, pero creía que no, que bastaba besar pétalos de rosa, a veces incluso con la lengua...
Ahora paseo los labios por el dorso de mi mano, en la innoble servidumbre de amarme a mi misma, porque ya no soy la Reina de las Flores y miro nacer las calas como el viejo mira las parejitas besándose en los bancos de los parques y recibo con resignación los ramos de floristería de los antiguos amantes que siempre tienen un ligero hedor a cosa muerta, pero jamás están sobre mi mesa y jamás hundo mi boca para besarme con ellas. Ya que no fui fiel a su bondad lo seré a sus rosas.
Té Verde con Poleo y Miel
Este té lleva un poco de tiempo, y sólo se puede preparar en primavera y verano, cuando hace calor. Aquí la receta:
Tome un autobús a Salamanca. Procure tomarlo pronto, porque el viaje es largo y le llevará todo el día. Una vez en la estación compre un billete a Pinofranqueado. Deje su maleta en consigna y aproveche para callejear por la ciudad, comprar algún libro de segunda mano o sentarse a mirar la piedra. Estése pendiente de la hora, no se le vaya a escapar el autobús. El viaje de Salamanca a Pinofranqueado puede durar de hora y media a dos horas, pero tendrá que estar atento a la parada. Una vez llegue a Pinofranqueado compre lo que vaya a necesitar, descanse un poco y suba a pie hasta Sauceda. Es mejor que su maleta no pese mucho, porque sólo hay un taxi en todo el pueblo y hay que llamarlo por teléfono con bastante antelación.
Igual no reconoce el pueblo. Está a 1 km. aproximadamente de Pinofranquedo, y no hay ningún cartel que lo indique. Pregunte a los vecinos si se pierde. En Sauceda no encontrará ni tiendas, ni cafeterías, ni cabinas telefónicas.
Lleve algún presente a la Anfitriona, pero no se le ocurra gastar mucho dinero en él. Puede ser un objeto extravagante, un cartel de teatro, una fotografía glamurosa, un té exquisito, algo pasado de moda adquirido en un anticuario, un libro viejo, un ramo de flores cogido por el camino o cualquier cosa que sorprenda a la propietaria.
No se le ocurra llevar ordenador portátil ni grandes aparatos eléctricos, pues la ofenderá. En todo caso un pequeño radiocasete y unas cintas. Puede llevar el móvil, pero no hay cobertura, así que también puede no llevarlo. Como prefiera. El té sabe mejor sin móvil, pero si no hay otro remedio... qué se le va a hacer. La anfitriona será comprensiva en este punto.
Al día siguiente debe ir con ella a por agua. La fuente está un poco lejos, así que procure que no se le haga de noche. Por el camino aproveche para arrancar las hojas de poleo que vaya a utilizar en el té. La fuente está escondida entre las rocas, y necesitará colocar una piedra para que el agua forme un chorrito y se introduzca en la botella.
Vuelva a casa. Ponga a hervir el agua. Para este té no es necesario observar la temperatura. Déjelo hervir mientras charla. Tampoco es necesario que calcule la cantidad de té. Deje que la anfitriona tome un puñado de bolsitas de té verde y las introduzca en una jarra de cristal junto con el poleo. Retire las bolsitas de té, pero deje el poleo dentro. Agregue la miel.
Deje enfriar la infusión y después introdúzcala en la nevera. Deje reposar toda la noche.
Al día siguiente coja un bañador viejo y vaya a bañarse al río. Olvide llevar agua y –si es posible– olvide también llevar móvil. Báñese y tome el sol hasta que empiece a tener sed. No espere a tener mucha sed, porque el camino del río hasta la casa se le hará insoportable. Puede ir engañando la sed con moras, si es la temporada. Cuando llegue sírvase un vaso de té. El primero puede beberlo a toda prisa, pero el segundo trate de saborearlo lentamente. No se le ocurra colarlo. Puede morder las hojitas de menta o irlas colocando en el borde de la taza.
Siempre hay que pagar un precio
Traduciré Bagatelles pour un massacre por 75gr. de té amarillo.
Es mi última oferta.
Kirke
Persa Tortuga Azul Crema. Así es mi gata. Es un bicho precioso. No es porque sea mía, ya sé que todo los amos dicen lo mismo de sus mascotas, pero Kirke es realmente hermosa. Fue un regalo tardío de un romance otoñal que se alargó demasiado. "Me encantaría regalártela, pero claro, sé que no querrías que gastara tanto dinero para comprarte un animal". No sé por qué la gente se empeña en atribuirte buenas intenciones y convicciones éticas de las que careces, pero bueno, el caso es que por fin me la llevé a casa.
El nombre lo elegí yo. Soy un desastre eligiendo nombres, siempre me los pienso demasiado y significan tantas cosas que acaban por no significar absolutamente nada. Además, es impronunciable. Kirke es la diosa celta que enseña a sus fieles el camino de la verdad y les prohíbe negarse a verla. Guarda un recuerdo cariñoso de los amantes que le fueron infieles. Eso me gustó, recordar lo bueno aunque te hayan herido. Me pareció bonito. Kirke también es Circe, la hechicera que retenía a los hombres convirtiéndolos en cerdos. No sé por qué razón ningún hombre fue capaz de madrugar y cumplir con sus obligaciones cuando durmió a mi lado. Es una maldición extraña. Kierkegaard fue un filósofo. Un poquito místico. Y... bueno... mamá daba clases de filosofía y decía que nos mandaba al catecismo "porque es el único lugar donde les hablan a las niñas de bondad". Creo que no llegué a querer a Kirke hasta hace poco, y eso que yo quiero mucho a los animales. Por lo menos antes era así. Me inspiraban más compasión que los seres humanos, me parecían los únicos seres verdaderamente inocentes. Me lo siguen pareciendo, pero ahora quiero más a los seres humanos, a pesar de su falta de inocencia. Quizá por su falta de inocencia.
Kirke es demasiado bonita, no podía querer una cosa tan hermosa, a veces la hermosura establece una cierta distancia, una admiración estética. Amo la hermosura, pero me cuesta amar a los seres vivos excesivamente hermosos, y Kirke lo es. Además no tiene demasiado carácter. Vale, de acuerdo, es un poco caprichosa, como todos los gatos, pero ante cualquier signo de poder y dominación se acobarda y se esconde. Es un buen bicho, se porta bien con los extraños, aunque no confía en ellos. Creo que tampoco confiaba en mí hasta hace poco. Nos hemos ido acercando la una a la otra, perdonándonos cada metedura de pata y esa altanería a la que aún nos seguimos aferrando.
Pasamos momentos duros, entre las dos llenamos la casa de pulgas. “Pulgas en el corazón” que lo inundaron todo durante meses, emponzoñaron la convivencia y me hicieron sentirme tan culpable como hacía años, como cuando no quería ir al catecismo porque “mamá, verás, es que yo no sé si quiero ser buena”.
Ahora nos entendemos, nos miramos cada una en los ojos de la otra y a veces –muy pocas– hasta duerme en mi cama. Entonces yo tengo sueños de gato y ella sueños de persona y nos levantamos las dos un poco confundidas. Cuando la miro ya no veo un hermoso ejemplar de Persa Tortuga Azul Crema, ni a la diosa, ni a la hechicera, ni al filósofo, ni siquiera el regalo. Cuando ella me mira creo que también sabe quién soy. Con los gatos es difícil estar segura.
S.I.B.I.
Ayer estuve en SIBI. Al inicio de Gijón, en un edificio llamado LA GOTA DE LECHE tiene su sede. Primero fue un hogar para huérfanos, luego un centro de pediatría (alguna vacuna de esas "que saben a piruleta" me pusieron allí). Después un centro de planificación familiar y por último -una vez reformado- la sede de SIBI. El planeta Sibilandia sigue siendo lejano e ignoto, pero SIBI vive en La Gota de Leche, y de vez en cuando van a visitarla para explicarle paso a paso qué significa la violencia. Amelia tan brillante como acostumbra, con cuatro angelitos custodiándola como las camas de los niños de antes. Me gusta mi casa.
Besos Robados
Cuando una mujer te dice "yo..."
responder "nosotros...", eso es educación.
Responder "ambos...", eso es delicadeza.
Deseos
No sé como lo hago, pero soy un genio boicoteándome. Una "genia", aunque esa palabra nos remite a olores almizclados y vientres sensuales. Esa palabra no existe en castellano de hoy, de chicas con vaqueros y señoras de traje, uñas pintadas y cremas antiarrugas. Sólo existía antes, cuando venía a darnos el beso de buenas noches y nos leía a Sherezade y nos cantaba nanas con voz ronca. Muy ronca. Yo tenía preparados mis tres deseos. Estaba muy preocupada, porque la vida no te da esos 2 segundos de los dibujos animados para reaccionar o pensar la respuesta y tienes que hacerlo todo seguido sin inflexión.
Ser invisible. Leer la mente. Poder teletransportarme.
Así que me encontrara en el cuento que me encontrara siempre tendría la solución. Luego claro, te haces invisible y te ignoran y gritas y berreas pero nadie te ve, como si no existieras. Es terrible no existir. Más tarde comienzas a leer la mente, pero ves cosas que no te gustan, que te aturden, y de pronto prefieres la sonrisilla hipócrita antes que la verdad descarnada y empiezas a pedir muy poco para creerte esas sonrisas. Intentas no saber qué hay detrás, pero lo sabes. Vaya si lo sabes. Ojalá no lo supieras. Por último viajas, a todos aquellos lugares tan queridos con seres tan queridos pero ya no eres la misma de antes, y les sigues queriendo pero es imposible que no te decepcionen, y entonces todo se vuelve demasiado pequeño y quisieras que el mundo se hiciera grande, millones de veces más grande, o disponer tan sólo de un caballo y un barco para recorrer las distancias.
Soy una genia que a veces desea boicotearse, que las cosas no ocurran para que nada cambie, para no tener que dejarlo todo atrás.
Una liebre en la nieve
Fue un invierno tan frío como éste y yo era muy pequeña. Nunca me gustó ser pequeña, yo quería ser grande ¡Tan grande como una vaca! Son unos bichos hermosos, las vacas. Me quedé impresionada, porque los árboles eran de color rojo y yo pensaba que los troncos debían ser color marrón. En la guardería los pintaba de color marrón y nunca se me hubiera ocurrido pintar un árbol rojo. Con el blanco de la nieve aquel rojo brillaba encendido, imperial. El autobús ascendía por sendas angostas para dejarnos al principio de alguna ruta de montaña y yo decía ¡Mira mamá! ¡Los árboles son rojos! Luego empecé a escribir mentalmente mis primeros versos:
Los árboles rojos y la nieve blanca
de poema a poema una liebre canta.
Educación
No os enfadéis con él, niños, al fin y al cabo no fue culpa suya. Y si lo fue ahora no importa demasiado. Era un mes desastroso, pero yo había conseguido escribir algo bonito, algo de lo que me sentía realmente orgullosa, algo como un colgante que brilla y entonces te gusta anudarlo en el cuello porque parece que el brillo nace del corazón y la gente no puede dejar de mirarlo aunque no lo entiende del todo, pero brilla y te gusta llevarlo así, sostenido apenas por un hilito de plata.
Quería enseñarle aquel colgante. Quizá ese fue mi error, hay joyas de las que es mejor no andar presumiendo porque ciertas personas piensan que sólo los diamantes pueden brillar así y todo lo demás son baratijas. Le dije textualmente “He escrito algo. Te impresionaría” (como veis mi soberbia no conoce límites). “A mí lo que me impresionan son tus ojos”(como veis, la resistencia de los otros a la soberbia propia es un hecho que debería empezar a tener más en cuenta). Yo sonreí, amargamente, pero sonreí. Hay que sonreír cuando te dicen esas cosas, me lo enseñaron de pequeña.
Guardé mi colgante-corazón en la cajita de música que suena a Barcarola, la dejé a buen recaudo y me fui a su ciudad, con el claro propósito de regalarle aquello que tanto le gustaba, es decir, mis ojos.
Era invierno, y hacía frío y el Café Comercial de repente me pareció un lugar inhóspito y se disculpó tanto por hacerme esperar, y procuraba abrazarme para que no tuviera frío, pero había llegado tarde y cuando empiezo a temblar es difícil contenerse después o entrar en calor, haga lo que haga.
Era un buen chico, no es que no se mereciera aquel regalo, pero al principio no se dio cuenta de lo que le ofrecía, estaba demasiado ocupado explicándome que ella no iba a dejar a su novio, pero que la amaba de todas formas, que no podía dejar de sentir celos y me preguntaba si era normal, que qué pensaba yo de todo aquello.
Después dijo que se esperaba que yo estuviera más distante después de su confesión, pero no se puede ser distante cuando haces un regalo como ese, porque los regalos así –alguien me lo enseñó más tarde- se hacen con todas las consecuencias, y además yo soy muy “comprensiva”, él mismo lo admitió, que era muy comprensiva y que por eso le gustaba hablar conmigo y contármelo. De pequeña me enseñaron a ser comprensiva, sobre todo con los hombres y los celos.
Me alegro de habértelo contado. Tranquilo, en el fondo me siento aliviada. Así me siento libre, así sé que no te vas a pillar por mí. Creo que ahí fue cuando por fin dejé de temblar y él comenzó a tener frío y no supo muy bien por qué, pero mi respuesta lo descolocó de tal manera que no le quedaron más argumentos ni más confesiones.
Aquella vez ya no tomé un té porque no me apetecía compartir con él un té y cada día me vuelvo más exigente a la hora de compartir tés y ya no puedo hacerlo con cualquiera. Como ahora, en la barra del Café del Sol, porque me gustan las barras de los bares, son hospitalarias como los tés y no todo el mundo comprende su hospitalidad como no todo el mundo comprende mi hospitalidad de tomar un té con ellos y entonces el té no sabe lo mismo, se nota el cloro del agua o se enfría demasiado pronto y me arrepiento y pienso que debía haber pedido una manzanilla o incluso una coca cola, en un gesto de completa indiferencia e inhospitalidad, y no me gusta arrepentirme, así que esa vez acompañé mi regalo con una infusión de hierbabuena en un sótano de la Calle Huertas.
Empecé lentamente a sacarme los ojos para dárselos. Dolía un poco, sobre todo al principio. Niños, no lo intentéis en vuestra casa, por mucho que os insistan en lo bonitos que son, jamás intentéis arrancaros los ojos, es una operación compleja y dolorosa. Él pensaba que le estaba hipnotizando, porque hay personas, niños, que no comprenden esa clase de regalos y piensan que te estás intentando apoderar de ellas. Pero yo seguí hasta que se quedaron mis cuencas vacías y secas y él empezó a entenderlo, a intentar agradecerme aquello, pero a él no le habían enseñado de pequeño a dar las gracias y había tenido que aprender solo casi todo y me dio un poquito de pena cuando dijo “iré a verte, esta vez seguro que iré a verte” y me dio más pena cuando le contesté “cuando quieras, cualquier fin de semana” porque me da una pena horrible mentir, aunque miento bastante bien. De pequeña me enseñaron a hacerlo. Yo ya sabía que no iba a poder verle más, porque le había regalado mis ojos y sin ojos es imposible ver, ¿no es cierto, niños?
Cuando regresé a casa abrí la Barcarola y volví a atarme el colgante en el cuello y aún me duraba la tristeza pero me volvió a gustar llevar aquel colgante, aunque no pudiera verlo. Estaba convencida de que seguía brillando igual que siempre.
Entonces fue cuando sucedió el milagro. Unos ojos nuevos empezaron a crecer en las cuencas vacías, llenos de clorofila, de savia, de sales minerales. Un poquito más torpes y más frágiles. Los tuve que cuidar mucho para que resistieran el invierno y la nieve, eran tan pequeñitos al principio. Ahora ya son adultos, casi nadie podría percibir que no son los de antes. Me pregunto qué habrá hecho con esos, con los otros, con los que le regalé. Igual los metió dentro de un libro que nunca leería porque le dolía mirarlos todo el rato. Hay regalos que, aunque sean hermosos, terminan por doler a quien los recibe y hay niños que no enseñan de pequeños a recibir regalos.
El volcán
Si tienes que subir al volcán, adelante, emprende tu camino. No hagas caso del hambre, la sed ni el frío. El volcán es una montaña difícil, supongo que lo sabes, pero que no te importe. Llega hasta el final, hasta que tu nariz roce la puerta del infierno, empieces a oler muy fuerte el azufre y puedas jugar esa partida de poker que le tienes prometida al demonio desde hace demasiado tiempo.
Ve tu solo, no esperes que nadie te ayude en tu subida, nadie podría hacerlo. Si puedes, sube sin llorar, aunque si necesitas llorar hazlo sin detenerte. No te detengas nunca, no vuelvas sobre tus pasos, no abandones. Si te duelen los pies, sigue adelante, aunque sea descalzo. Si te sangran los pies, procura mirar hacia arriba.
La sangre podría llegar a impresionarte, hacerte flojear, así que no le hagas caso, tú camina, vendado del dolor, pero camina. Si mueres antes de llegar a la cima, tranquilo, yo iré hasta allá para cavar tu tumba al borde del volcán. Te enterraré con mis manos, te lloraré, entenderé tu fracaso, no clavaré ninguna cruz ni escribiré tu nombre, para que nadie sepa que jamás llegaste a vencer al volcán.
Pero si flaqueas, si abandonas, si decides parar a la mitad, si te vence el hambre, el sueño, la pereza o el dolor... entonces será mejor que busques un lugar apartado, una casita solitaria o una cueva, donde yo nunca pueda volver a verte. Prefiero verte muerto que verte derrotado.