Image hosted by Photobucket.com

lunes, marzo 28, 2005

C'est le temps de l'amour

En la calle Campo de Amor número 9 el jardín se ha cerrado. El Ángel que cuidaba de él pasa su primera primavera lejos de la tierra y yo paseo con la certeza de que ya no soy la dueña de las flores. Es una certeza triste. Hubo un tiempo en que los jarrones de casa se me quedaban pequeños y no faltaba un ramo en cada mesa. Hoy las veo brotar, pero ya no son mías, ni las madreselvas, ni las calas, ni siquiera las rosas. Las perdí sin darme cuenta, como se acaba perdiendo todo. Si una se hace consciente ya deja de tratarse de una pérdida, pasa a ser una despedida, y en las despedidas hay algo que siempre permanece.
A ella le gustaba cortar las rosas más brillantes, las rosas casi negras aterciopeladas para depositarlas en mis manos. Me decía que “pegaban conmigo”. Yo medio dormida, con el pelo recogido, desaliñada, y pocas veces en mi vida me he sentido tan hermosa, porque ella cortaba sus mejores rosas y las calas más suaves y tenía que buscar una bolsa blanca porque consideraba un sacrilegio estropear nuestra belleza con una bolsa de Alimerka y yo fingía un poco, como si sintiera que su jardín se quedara sin las flores más bellas, pero pronto sonreía y le daba las gracias. Cuando ponía el ramo entre mis manos se quedaba unos segundos contemplándonos, a las flores y a mí, como quien acaba de depositar una ofrenda en manos de la Virgen, con los ojos llenos de fe, porque ella siempre tuvo fe y era tan buena que sólo los que la conocíamos muy bien llegábamos a creernos su bondad.
A veces hablábamos por teléfono y decía “ya verás cuando vengas, ya empiezo a tener rosas”, como si se hubiera dedicado a hacerlas crecer para mi. Nunca cuidó de su jardín, como nunca fue capaz de cocinar, pero las rosas y las calas no necesitan cuidados para brotar, y no importaba que los gatos utilizaran su casa para cruzar al otro lado y asustaran a Flay, un setter un poco bobalicón, pero tan tierno... Nos engañamos creyendo que aún era posible vivir en otra edad, fascinadas por Kafka y por las películas de Cocteau y por el tapiz de la Dama del Unicornio y por la palabra églantine y el árbol de églantine frente a la puerta verde y considerábamos que lo más triste de este mundo era que la madreselva se comiera las paredes, porque el jardín estaba vacío sin el olor de las madreselvas. Y yo me dediqué a buscar un perfume que oliera a madreselva para ella, pero es imposible. Ella sí consiguió regalarme la inmensidad en trocitos de nuestra piedra favorita, pierre d'azur, o lapislázuli, porque "azur" en francés es el color de la inmensidad, del horizonte del cielo y del mar y del lapislázuli y las princesas. En aquellos momentos yo era un poco estúpida, y pensaba que no se podía morir sin leer El Ulises, porque era mi heroína y yo esperaba todo de mi heroína y no entendía que no se puede ser heroína y comprender tan íntimamente a Kafka, sólo los seres humanos pueden hacerlo. Pero murió sin acabar el Ulises, como mamá murió sin recuperar El tiempo perdido de Proust y sin recuperar su propio tiempo que regaló a los demás ella intentando siempre ser tan buena.
Mi Ángel me decía que a veces... bueno... ella... también tenía malos pensamientos. Pero yo me empeñaba en no creerla, porque no quería romper esa pureza. Cuando volvía a casa apenas se me veía la cara entre tantas flores, y daba saltos y me sentía casi como un ser de la primavera, divina y envidiada. Me pasaba el día acariciando la piel de las calas y besando los labios de las rosas, cuando aún no necesitaba besar labios humanos... o quizá lo necesitaba, pero creía que no, que bastaba besar pétalos de rosa, a veces incluso con la lengua...

Ahora paseo los labios por el dorso de mi mano, en la innoble servidumbre de amarme a mi misma, porque ya no soy la Reina de las Flores y miro nacer las calas como el viejo mira las parejitas besándose en los bancos de los parques y recibo con resignación los ramos de floristería de los antiguos amantes que siempre tienen un ligero hedor a cosa muerta, pero jamás están sobre mi mesa y jamás hundo mi boca para besarme con ellas. Ya que no fui fiel a su bondad lo seré a sus rosas.

1 Comments:

At 28 marzo, 2005, Anonymous Anónimo said...

He leído "madreselvas". Yo resido en la madre de todas las selvas. En ese lugar no te salvarás de amar... Y el amor no es algo de lo que uno deba salvarse. Las treguas con el enemigo suelen ser necesarias.
¿Quién cuida una selva? ¡Nadie! ¿Quién la destruye? El hombre. Conclusión: Hay amor en la selva e indiferencia en el hombre.
Es tiempo de amar. Tus palabras incitan a ello.

 

Publicar un comentario

<< Home