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viernes, marzo 04, 2005

Educación

No os enfadéis con él, niños, al fin y al cabo no fue culpa suya. Y si lo fue ahora no importa demasiado. Era un mes desastroso, pero yo había conseguido escribir algo bonito, algo de lo que me sentía realmente orgullosa, algo como un colgante que brilla y entonces te gusta anudarlo en el cuello porque parece que el brillo nace del corazón y la gente no puede dejar de mirarlo aunque no lo entiende del todo, pero brilla y te gusta llevarlo así, sostenido apenas por un hilito de plata.
Quería enseñarle aquel colgante. Quizá ese fue mi error, hay joyas de las que es mejor no andar presumiendo porque ciertas personas piensan que sólo los diamantes pueden brillar así y todo lo demás son baratijas. Le dije textualmente “He escrito algo. Te impresionaría” (como veis mi soberbia no conoce límites). “A mí lo que me impresionan son tus ojos”(como veis, la resistencia de los otros a la soberbia propia es un hecho que debería empezar a tener más en cuenta). Yo sonreí, amargamente, pero sonreí. Hay que sonreír cuando te dicen esas cosas, me lo enseñaron de pequeña.
Guardé mi colgante-corazón en la cajita de música que suena a Barcarola, la dejé a buen recaudo y me fui a su ciudad, con el claro propósito de regalarle aquello que tanto le gustaba, es decir, mis ojos.
Era invierno, y hacía frío y el Café Comercial de repente me pareció un lugar inhóspito y se disculpó tanto por hacerme esperar, y procuraba abrazarme para que no tuviera frío, pero había llegado tarde y cuando empiezo a temblar es difícil contenerse después o entrar en calor, haga lo que haga.
Era un buen chico, no es que no se mereciera aquel regalo, pero al principio no se dio cuenta de lo que le ofrecía, estaba demasiado ocupado explicándome que ella no iba a dejar a su novio, pero que la amaba de todas formas, que no podía dejar de sentir celos y me preguntaba si era normal, que qué pensaba yo de todo aquello.
Después dijo que se esperaba que yo estuviera más distante después de su confesión, pero no se puede ser distante cuando haces un regalo como ese, porque los regalos así –alguien me lo enseñó más tarde- se hacen con todas las consecuencias, y además yo soy muy “comprensiva”, él mismo lo admitió, que era muy comprensiva y que por eso le gustaba hablar conmigo y contármelo. De pequeña me enseñaron a ser comprensiva, sobre todo con los hombres y los celos.
Me alegro de habértelo contado. Tranquilo, en el fondo me siento aliviada. Así me siento libre, así sé que no te vas a pillar por mí. Creo que ahí fue cuando por fin dejé de temblar y él comenzó a tener frío y no supo muy bien por qué, pero mi respuesta lo descolocó de tal manera que no le quedaron más argumentos ni más confesiones.
Aquella vez ya no tomé un té porque no me apetecía compartir con él un té y cada día me vuelvo más exigente a la hora de compartir tés y ya no puedo hacerlo con cualquiera. Como ahora, en la barra del Café del Sol, porque me gustan las barras de los bares, son hospitalarias como los tés y no todo el mundo comprende su hospitalidad como no todo el mundo comprende mi hospitalidad de tomar un té con ellos y entonces el té no sabe lo mismo, se nota el cloro del agua o se enfría demasiado pronto y me arrepiento y pienso que debía haber pedido una manzanilla o incluso una coca cola, en un gesto de completa indiferencia e inhospitalidad, y no me gusta arrepentirme, así que esa vez acompañé mi regalo con una infusión de hierbabuena en un sótano de la Calle Huertas.
Empecé lentamente a sacarme los ojos para dárselos. Dolía un poco, sobre todo al principio. Niños, no lo intentéis en vuestra casa, por mucho que os insistan en lo bonitos que son, jamás intentéis arrancaros los ojos, es una operación compleja y dolorosa. Él pensaba que le estaba hipnotizando, porque hay personas, niños, que no comprenden esa clase de regalos y piensan que te estás intentando apoderar de ellas. Pero yo seguí hasta que se quedaron mis cuencas vacías y secas y él empezó a entenderlo, a intentar agradecerme aquello, pero a él no le habían enseñado de pequeño a dar las gracias y había tenido que aprender solo casi todo y me dio un poquito de pena cuando dijo “iré a verte, esta vez seguro que iré a verte” y me dio más pena cuando le contesté “cuando quieras, cualquier fin de semana” porque me da una pena horrible mentir, aunque miento bastante bien. De pequeña me enseñaron a hacerlo. Yo ya sabía que no iba a poder verle más, porque le había regalado mis ojos y sin ojos es imposible ver, ¿no es cierto, niños?
Cuando regresé a casa abrí la Barcarola y volví a atarme el colgante en el cuello y aún me duraba la tristeza pero me volvió a gustar llevar aquel colgante, aunque no pudiera verlo. Estaba convencida de que seguía brillando igual que siempre.

Entonces fue cuando sucedió el milagro. Unos ojos nuevos empezaron a crecer en las cuencas vacías, llenos de clorofila, de savia, de sales minerales. Un poquito más torpes y más frágiles. Los tuve que cuidar mucho para que resistieran el invierno y la nieve, eran tan pequeñitos al principio. Ahora ya son adultos, casi nadie podría percibir que no son los de antes. Me pregunto qué habrá hecho con esos, con los otros, con los que le regalé. Igual los metió dentro de un libro que nunca leería porque le dolía mirarlos todo el rato. Hay regalos que, aunque sean hermosos, terminan por doler a quien los recibe y hay niños que no enseñan de pequeños a recibir regalos.

3 Comments:

At 05 marzo, 2005, Blogger cen said...

Un poco trágico, pero no está mal. Me recuerda un poema de Angel Gonzalez.

 
At 05 marzo, 2005, Anonymous Anónimo said...

Oh, never tell a secret with your eyes
It's the eyes that let you down
Tell a little truth with many lies
It's the only way I've found

Me has recordado esta estrofa de una canción. Y me has recordado que Roland Barthes decía que todo regalo amoroso tiene vocación de desperdicio.

Es difícil que un niño aprenda del dolor ajeno. Y es nuestro dolor el que acaba por convertirnos en niños.

Y esa escena de arrancarse los ojos, ¡ah!, ¡qué recuerdos me trae de Rutger Hauer como replicante cegando a su creador! Y por ende, a Rutger en lo alto del edificio, bajo la lluvia... perdiendo el regalo de la vida.

 
At 05 marzo, 2005, Blogger Grace en el País de Las Maravillas said...

Mi hermana, que es muy sabia, lo dice siempre "no sólo hay que ser generoso para dar, sino también para recibir..."
Mientras tu vaciabas tus cuencas, yo vaciaba mi corazón a cucharadas, las dos plantamos ya la flor, ha nacido algo hermoso...

 

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