El año nuevo
Coincidiendo con el año nuevo ruso... tenemos algo que estrenar.
La nueva dirección será:
www.estejardin.blogspot.com
Ya es hora de cerrar
A veces tenemos necesidades extrañas, como la necesidad de compartir nuestro cuerpo o a necesidad de morir. Podemos desoir nuestras necesidades por un tiempo, pues a veces no nos parecen razonables o simplemente no están bien vistas. Pero siguen ahí, y entonces llega una mañana (tal vez una mañana de enero y tal vez sorbiendo un té en la taza de porcelana que un día hice como que regalaba a alguien para después quedármela para mí), llega la mañana en la que ejecutamos lo que llevábamos mascando durante algún tiempo.
Es el final del miedo a los finales.
Bien, es hora de decir adiós. Tras todos los ensayos creo que ya sabré hacerlo.
Voy a despedirme con un juego. El juego del SIFUERA
Si este blog hubiera o hubiese sido:
Una flor: la buganvilla
una película: la chica del puente
un poema: el soliloquio del farero
una casa: la casa encendida
un punto cardinal: el norte
una cualidad: la fe
un té: blanco
un pecado: la soberbia
un tiempo: la infacia
una persona del verbo: tú
una ciudad: Venecia
una víscera: la piel
una banda sonora: el cielo cae sobre Berlín
un arma: la pistola
un idioma: el francés
un lugar: la frontera
Puede usted, que al fin es mi semejante y mi hermano (con o sin hipocresía) jugar al mismo juego. O si no quiere, echarse una maldición por romper la cadena; prometerse un año o dos de mala suerte, soledad y falta de dinero. De vez en cuando vienen bien años así.
Adiós.
Dimanche à la Campagne
No sólo hay trenes en las despedidas. También en los encuentros. Siempre tienen un aire somnoliento, los trenes, por eso son la mejor manera de salir de un sueño. Lentamente. Sin brusquedades.
Me dejó en La Felguera, que quizá no sea un lugar hermoso, pero os aseguro que es el único donde puedes mirar el escaparate de fotografías de novias como si fuera una obra de arte y también es el único lugar de este mundo donde hay un jarrón con flores secas, un pájaro rojo y una barra de labios atravesada por un palillo de dientes, todo ello como decoración (o "poema visual") de una casa que os prometo que existe.
También existe un pasillo con un flamenco y el corderito blanco que un día ocupó el lugar de tu estrella, el que el Aviador supo dibujar y que no podría vivir en ningún otro sitio.
También existe el bosque. Ella me lo dijo cuando me llamó por teléfono, me dijo que había un bosque y fuentes y volví a atravesar el bosque con la seguridad infantil de encontrar el camino, porque si otras personas saben leer los planos de la ciudad y entender el sentido de las calles que se cruzan, ella es capaz de entender el bosque, las fuentes y los senderos. Por qué ella siempre está cuando la necesito es algo que desconozco. Puede ser la casualidad. Lo más seguro es que sea la casualidad, o porque mi alma también tiene algo de bosque y ella sabe olfatear las fuentes.
Hay trenes que cuentan historias, pero también los hay que las escuchan. De vuelta a la ciudad que quizá habito el tren volvió a escucharme. Atravesando otros bosques, otras fábricas, otros pueblos. El tren para llegar a casa. Por fin.
Reacción alérgica
No sé por qué pensé que esta vez iba a ser distinto. Quizá porque cuando se siente entero cree que ha dejado de ser un niño (una niña en este caso). En serio que creí que me bastaría una lista, una libreta en blanco y unos zapatos rojos -con varita mágica, como deben ser los zapatos rojos- para que esta vez no sucediera.
Cada vez que venía de vacaciones, cada vez que volvía a pisar Asturias volvía la maldita reacción alérgica. Los estornudos, las erupciones en la piel más violentas de lo habitual, la nariz tapada, la boca seca y el aire demasiado pesado para entrar en los pulmones. Era la señal del fin de las vaciones, de la vuelta a clase. Sin ella igual yo por mí misma no me hubiera dado cuenta y quizá hubiera seguido viviendo como si nada, según las reglas que sólo están permitidas en las islas y en la infancia; o en esa isla llamada infancia.
Casi todo volvió a ser igual, si bien es cierto que mi casa no resulta tan inhabitable como yo recordaba, y también es cierto que echaba de menos a esa clase de amigos que te hacen un zumo de pomelo y te lo llevan en una bandeja junto al café, queso, pan y una manzana. Pero otras cosas no, no las echaba de menos. No sabía que no las echaba de menos y supongo que mi reacción alérgica es a todo lo que mi cuerpo tiene el buen gusto de saber olvidar.