El Gato
El Gato
Fue uno de sus primeros cuadros, éste sin fantasmas, limpio, nadie se lo esperaba. Otras veces le da por emborronar el lienzo con miles de cosas, pequeñas personitas y monstruos que no saben qué coño hacen ahí embarullados los unos con los otros. Pero El Gato está solo, de frente a todos los demás, a los que no creen en él y también a los que le tienen miedo. El Gato no se esconde y quizá por eso me gustó tanto.
Nunca fue capaz de vender nada, ni cuadros, ni novelas, ni muñecas rusas, ni broches de arcilla con forma de tortuga. No le gusta vender, así que lo único que hay que hacer es ser la primera en ver el cuadro y preguntar ¿me lo regalas? antes que nadie. Entonces es tuyo. Con El Gato no me hizo falta ni preguntarlo. Él ya sabía que era mío. En aquellas paredes blancas lo único que me atreví a poner frente a mi cama fue este cuadro. Así, sin enmarcar. Decían que era inquietante, que cómo podía dormir con eso. Yo me pregunto cómo pude dormir sin él, más tarde, en otro cuarto, cuando tuve que renunciar a su presencia o cuando lo presté por unos meses.
Pensé que no necesitaba darle las buenas noches en la penumbra, que fuera la última mirada antes de dormir y la primera mirada al levantarme. Pensé que era mejor hablar con las personas, o besar unos labios o hacer el amor o quizá rezar padrenuestros a la manera antigua “perdónanos nuestras deudas” que dormir con El Gato frente a frente. Al principio no me importó prestarlo, pero luego empecé a notar un hueco, como el hueco que deja la gente en el sillón cuando se marcha o se muere. Igual no la llegas a echar de menos, pero está ese hueco, incómodo y solemne y es muy difícil saber vivir con huecos y el gato dejó esa clase de hueco en el sillón inexistente.
Regresó envuelto en bolitas de aire y por fin todo volvió a recobrar su calma. Lo coloqué sobre el hilo de pescar que recolecta mis pendientes desparejados en una pared que ya no es blanca, en una habitación que quizá está siendo la mía. Me gusta que no se conforme con una mirada de soslayo, que exija que me pare frente él, sin miedo, o con miedo pero con resignación al miedo. Medio a oscuras El Gato guarda silencio. En realidad sé que no puede vivir sin mí, y eso me enorgullece, aunque también sé que vivirá cuando yo ya no esté, y se acurrucará perezoso -como todos los gatos- en el hueco del sillón que deje cuando me vaya y entonces a nadie le incomodará mi ausencia.
1 Comments:
Yo tampoco me siento bien sin el cuadro que está en mi habitación en casa de mis padres. Decidí dejarlo allí para, en breve, volver a verlo. Me consuela saber que maté a Basil por fabricar ese maldito cuadro. El 25 de mayo rasgaré ese lienzo de arriba abajo. Y si no lo hago, el conjunto de los cobardes contará con un elemento más.
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