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domingo, mayo 22, 2005

Ella y el tren

Ella le miraba fijamente en el tren y le deslizó una nota, casi como en un cuento. Le ofrecía historias de pies descalzos sobre baldosas y un sitio junto a dos chicas con dos sonrisas. Él no pudo negarse. Él no se niega nunca a nada, pero esta vez fue imposible hacerlo, no tuvo ni siquiera elección.
Ella no sabía nada, no sabía que un marinero rubio y polaco con pocas nociones de español le había amado aquella noche sobre el césped más cuidado de la ciudad, no sabía sus mil noches con mil hombres en camas diferentes, su gusto por las historias de unas horas que se terminaran antes del amanecer -porque es demasiado íntimo preparar un desayuno para dos-, su manía por profanar cuerpos prohibidos. Él prefirió no decírselo. Las chicas tienen un cuerpo tan diferente, necesario descifrar aquello y uno no siempre se siente lo bastante hombre para la lencería de encaje y los zapatos de tacón y es menos doloroso morder la almohada que sentirse impotente o poca cosa.
Él siempre tuvo debilidad por los trenes, las miradas furtivas con desconocidos en los trenes y eso de no saber en qué parada se va a terminar todo. Un tren y un libro escogido con cuidado y su mirada penetrante aunque siempre al borde de la inocencia, aferrado a la inocencia. Ella tomó la comunión en su casa, una comunión de bizcocho de chocolate y oporto pero una comunión al fin y al cabo. Su última cena. A él le gusta subir al púlpito, y tomar el cáliz entre las manos y dar de sus manos la comunión a mujeres y niños. Los hombres no, porque él es un hombre y los hombres son como él y por tanto no tienen nada admirable. No dan miedo. No infunden respeto.
Él dudaba, es difícil sentirse libre cuando se tiene miedo y pensaba que sería de otra manera, que una noche borrachos los dos en un portal o incluso una cama, o una amiga que ya conociera toda su historia, que no se sorprendiera y a la que no tuviera que dar explicaciones. Alguien sin pasado ni futuro o alguien que supiera ya todo el pasado. Pero no así, no una mujer surgida de un tren y queriendo tomar un té con luna llena. Valiente para pedir una luna llena y un té y sólo con pedir eso todo se empezó a tambalear. Tampoco pudo negarse, pero sigue teniendo miedo. Quién puede estar a la altura de una luna llena y de un cuerpo tan diferente al propio y de una mujer que desliza notas en los asientos de los trenes...

2 Comments:

At 24 mayo, 2005, Anonymous Anónimo said...

Bonita historia. Sigue escribiendo así, ánimo.

 
At 26 mayo, 2005, Anonymous Anónimo said...

Una lágrima y un temblor se han llevado todas las posibles palabras. Muchas gracias.

 

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