Image hosted by Photobucket.com

lunes, febrero 28, 2005

Berode

Hubo un tiempo en que el ficus era el amo del salón. Se había ido adueñando poco a poco del espacio y lo llenaba todo de hojas verdes y brillantes. Luego se tuvo que ir, era demasiado grande y la casa demasiado pequeña. De todas maneras quedaron muchas plantas, había un montón de macetas dentro y fuera de casa, en la terraza.
Cuando empecé a tirar cosas la terraza seguía intacta, llena de macetas, tierra y cáctus, muchos cáctus. Planté unas semillas de albahaca y logré una planta hermosa, de hojas sanotas y en flor. Me sentía orgullosa porque era el primer ser vivo que fui capaz de cuidar. Creo que todavía alguien guarde en su congelador un poco del pesto hecho con esas hojas, pero prefiero no recordarlo.
Por fin murieron casi todas, unas de pena, otras por falta de atención. Los cáctus no, los cáctus nunca mueren, pero me ponía triste mirar por la ventana y ver un montón de pinchos, así que acabé por tirarlos al contenedor de basura.
Planté unas flores, pero vino una ola de calor, la más terrible de toda la primavera y también se las llevó. Durante un tiempo conservé la maceta, con las hojas consumidas encima. Desidia, supongo. Me pasó igual con los peces. De pequeña me regalaron dos peces: Zeus y Gilda. Los cuidé con mimo escrupuloso, pero uno murió al poco tiempo, así que no volví a cambiar el agua y el otro se fue muriendo poco a poco. Creo que no sirvo para cuidar de seres vivos.
Sólo quedó una planta, no sé si por resistencia o por obstinación. Es un berode, una planta típica de Canarias que mi madre se trajo una vez desde allá. Creo que era su planta preferida. Llegó a estar realmente hermoso, con las hojas carnosas como rosetones y flores amarillas. Una vez, en uno de sus paseos por el abismo plantó uno en la tierra, justo al lado de la "isla de la tortuga". Alguien se enamoró de él y lo cogió. Es normal, es una planta hermosa.
Hoy quedan pocas hojas, la ropa tendida a veces cae sobre el berode y lo tuerce, siempre que lo veo pienso que tengo que regarlo, no sé, es como si estuviera esperando que también se muriera. Son los días más fríos del invierno, y las hojas del berode están verdes, saludables, brillantes. Algo vivo permanece, pese a todo.

3 Comments:

At 01 marzo, 2005, Blogger cen said...

Estoy de acuerdo. Un beso

 
At 01 marzo, 2005, Anonymous Anónimo said...

Claro que es bello, porque remite a la complicidad. Éste me recuerda la afición de jardinero que tuve hace años. De entre los tallos que mi madre iba a tirar en un día de limpieza salvé dos: una cinta y una pirista, a las que se unió un geranio que me regaló mi vecina. Sobrevivieron varios inviernos e incluso la pirista se creció más que la planta de donde provenía, la de mi madre. Pero un frío se las llevó al olvido.
La última planta que tuve fue de sandía, en el piso de Buenos Aires, hasta que un día se suicidó arrojándose desde la nevera.

 
At 01 marzo, 2005, Anonymous Anónimo said...

A mí me recuerda la paradoja del jardinero. Es un escrito de buena planta. A mí se me morían los geranios... los cáctus... ¡incluso los ramos de plástico! Decidí que vivir en un igloo es incompatible con las plantas. Así que busco otra esquimal con la que rozar mi naricilla. Buscaré en el frío.

 

Publicar un comentario

<< Home