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martes, junio 14, 2005

mis colores

Soy azul por fuera y amarilla por dentro. Supongo que soy azul porque vivo al lado del mar, aunque desde la ventana sólo se puede oler, o tal vez porque pisé (si es que se pueden pisar esas cosas) un océano y dos mares desde el vientre de mamá, quizá porque desde este lugar de cielo siempre gris el azul es un color que se tiene que inventar, obstinadamente, y a fuerza de inventarme azules se me quedaron en la piel. También puede ser por aquel día en Tenerife, cuando dijeron que había una lluvia de estrellas y nos quedamos toda la noche mirando para el cielo, un cielo oscuro pero azul, y creo que me transformé un poco, porque a veces las transformaciones son fulminantes, como el día que dejé de ser cuidadosa tras no entender un partido de baloncesto o el día que descubrí la ira mordiendo una diadema fucsia en el asiento de atrás del renault 5.
El amarillo es más fácil de explicar, lo adquirí a fuerza de comer limones. Primero exprimidos sobre una hoja muy grande y muy verde de lechuga, luego mordiéndolos del fondo de los vasos de refresco, porque lo que más me gustaba del refresco era morder el limón. Por último me lo bebí en infusión, “carioca da limao” le dicen en Portugal y es lo más parecido a beber amarillo puro.
Una vez mordí un limón entero, gajo a gajo, del árbol de quien me recomendó Limones Amargos aunque nunca llegué a leerlo, sólo morder los gajos uno a uno de aquél limón amargo y sin embargo tan necesario como amarillo.

Hay quien no se da cuenta, y dicen que soy verde, que mis manos son verdes y mi sexo es verde y mis dientes son verdes como los de la mora y que mis ojos también son verdes y mis pies, sobre todo mis pies, son verdes. Verde como la piel de las manzanas o como las hojas o toda Asturias siempre verde. Es tan evidente el verde, tan fácil, tan obvio, sólo si miráis con atención os daréis cuenta de que el verde y yo somos dos colores.